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04 Feb 2021

Cuando las circunstancias te obligan a cambiar tu firma

Por: Ana Royo Waldhaus

La firma de una persona, esa sucesión de trazos con la que nos mostramos a los demás y que forma parte de la biometría conductual como lo es el andar, la voz, etc, puede ser objeto de modificación cuando las circunstancias así lo aconsejen.

Dejando a un lado las autofalsificaciones, como acto fraudulento que son, existen multitud de firmas que se han modificado para conseguir, por ejemplo, una mayor legibilidad o una apariencia más amable y sencilla, entre otros.

El caso que nos ocupa es el de Jack Lew, designado como Secretario del Tesoro estadounidense en 2013 que, como tal, debía estampar su firma en los billetes de dólar americanos.

La cuestión es que la firma de Lew fue objeto de burlas, chistes y demás mofas por parecerse más a la de un niño pequeño que a la de un adulto de 57 años, edad que tenía cuando fue designado (Fuente: El Economista).

La firma de Lew era una sucesión de bucles que los estadounidenses compararon, entre otros, con: un muelle, una “pajita loca” de las que se dan junto con los refrescos en los parques de atracciones, el pelo de Sally Brown (hermana de Charlie Brown “Carlitos” de las tiras cómicas Peanuts, etc). Entre bromas Obama comentó que le había pedido a Lew que cambiara su firma por otra más legible para no devaluar el dólar.

Fue tanta la presión que Lew modificó su firma por otra en la que se diferencian su nombre y su apellido, aunque no se lean a la perfección, y dejaba atrás su “muelle”.

No obstante, una persona no puede cambiar completamente su firma porque es un fiel reflejo de su personalidad, obsérvense los inicios y finales, la tendencia a los bucles y la no legibilidad, elementos claramente coincidentes entre ambas.

 

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